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Ana Karenine

misma cosa. Se podrá en este caso emplear las mismas unidades en las ecuaciones que sirven para resolver la cuestión?

No. ¿Pues y entonces? El lazo que existe entre todas las fuerzas de la naturaleza se deja sentir, por lo demás, instintivamente... ¡Y qué buen rebaño tendré cuando la hija de Pava haya llegado á ser una vaca roja y blanca! Mi esposa y yo saldremos con algunos visitantes para ver cómo entran en el establo. ¿Pero quién será mi mujer?» Y recordando lo que había pasado en Moscou, añadió: «¿ Qué hacer? Yo no puedo nada. Sin embargo, ahora todo marchará de otra manera; es una necedad dejarse dominar por el pasado; se ha de luchar para vivir mejor, mucho mejor...» La vieja Laska, que no había saboreado bien aún la dicha de haber vuelto á ver á su amo, acababa de dar una vuelta por el patio, atronándole con sus ladridos, y volvía á la habitación meneando la cola muy satisfecha; acercóse á su amo, y apoyando la cabeza en su rodilla, reclamó una caricia, gruñendo expresivamente.

—Aunque sea un perro—dijo la anciana Ágata—no le falta más que habiar; comprende que el amo ha vuelto y está triste.

—¿Por qué triste?

—No lo veo yo, padrecito? Hora es ya de que conozca á los amos, pues en su compañía he vivido desde la infancia.

Con tal que la salud sea buena y la conciencia esté tranquila, lo demás importa poco.

Levine la miró atentamente, admirándose de que adivinara así sus pensamientos.

—¿Llenaré la segunda taza?—preguntó.

Y sin esperar contestación, fué á buscar el té.

Laska seguía empujando con su cabeza la mano de Levine; cuando éste la acarició echóse en redondo á sus pies; y como para demostrar que todo iba bien y entraba orden, abrió ligeramente la boca, deslizó la lengua entre sus viejos dientes, y produciendo un ligero chasquido con los labios, entregóse á un reposo lleno de beatitud. Levine seguía todos sus movimientos.

«Haré lo mismo—pensó;—aún se podrá arreglar todo.»