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Ana Karenine

El establo de las vacas de más valor estaba junto á la casa; Levine cruzó el patio entre los montones de nieve acumulada entre las matas, acercóse al establo y abrió la puerta, medio helada en los goznes. Al punto se percibió un olor cálido de estiércol; las vacas, asombradas por la inesperada luz de las linternas, revolviéronse en sus frescos lechos de paja, y muy pronto vió Levine brillar en la penumbra el lomo negro y blanco de la vaca holandesa. Berkut, el toro, con el anillo en el belfo, quiso levantarse, pero contentóse con producir un ruidoso resoplido.

La hermosa Pava, tan grande como un hipopótamo, estaba echada junto á su ternera, y protegíala con su cuerpo.

Levine examinó el animal, poniéndole de pie, aunque apenas se sostenía con sus largas patas temblorosas.

Pava mugió por efecto de su emoción, pero tranquilizóse cuando Levine le devolvió su hijuelo, al que omenzó á lamer, respirando ruidosamente.

—Alumbra por aquí, Fedor—dijo Levine, examinando otra vez el ternero.— ¡Ah! tiene el mismo pelaje del padre.

—¿Verdad que es un hermoso animal, Wassili Fedorovitch?—preguntó al intendente, olvidando, por la satisfacción que esto le causaba, que se le hubiera quemado el trigo.

—Sí, señor; no podía ser feo. Simón el contratista vino al día siguiente de haber marchado usted, y opino que convendrá arreglarse con él.—Ya he tenido el honor de hablarle de la máquina.

Esta sola frase hizo pensar á Levine en todos los detalles de su explotación, que era grandiosa y complicada: y desde el establo pasó á la oficina para hablar con el contratista y el intendente, trasladándose después á su salón.

XXVII

La casa de Levine era grande y antigua, pero ocupábala por completo, aunque viviese en ella solo; era en cierto modo absurda é impropia para realizar sus nuevos proyectos; pero aquella casa le representaba todo un mundo, en el que habían vivido y muerto su padre y su madre, con esa existencia que