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Ana Karenine

IIO ANA KARENINE versación en el coche con sus compañeros de camino; habló de política, de vías—ferreas; y así como en Moscou, disgustóle oir tantas opiniones diversas, y estuvo descontento de sí propio, sin saber por qué; pero cuando divisó á Ignacio, su cochero tuerto, con el trineo revestido de una alfombra, en la cual se reflejaba la luz vacilante de las lámparas de la estación; cuando vió los caballos, con sus colas bien recogidas y sus cascabeles, y cuando al sentarse en el trineo su criado le habló de los asuntos domésticos, su mal humor y su disgusto se desvanecieron poco á poco. Sólo la vista de Ignacio y de los cuadrúpedos bastó para aliviarle; pero cuando después de abrigarse con la pelliza de piel de carnero que le habían llevado, se instaló en su vehículo y comenzó á pensar en las órdenes que daría al llegar á casa, el pasado se le apareció bajo un aspecto muy distinto. Ya no deseó cambiarse por otro, y propúsose sólo ser mejor de lo que había sido hasta entonces. Sin aspirar á dichas extraordinarias, se contentaría con la realidad presente; sabría resistir a las malas pasiones, como las que le dominaron el día que hizo su demanda de matrimonio; y por último prometióse no olvidar á Nicolás, y ayudarle cuando estuviese peor, lo cual sucederia pronto, por desgracia, á su modo de ver. La conversación sostenida con su hermano sobre el comunismo le hizo reflexionar. Consideraba como absurda una reforma de las condiciones económicas; pero no le chocaba menos el injusto contraste de la miseria del pueblo, comparada con lo superfluo de que él podía disfrutar; por lo mismo prometióse trabajar en adelante más, y no ostentar tanto lujo como en otro tiempo.

Sumido en estas reflexiones, llegó al fin á su casa bajo la impresión de los más agradables pensamientos..

Una débil claridad iluminaba las ventanas de su anciana sirvienta; Kousma, el criado, despertado de improviso, precipitóse con los pies desnudos y casi dormido para abrir la puerta y Laska, la perra de caza, corrió también al encuentro del amo, derribando casi á Kousma, para recibir á Levine; el fiel animal, sosteniéndose sobre sus patas posteriores, proponíase sin duda apoyar las otras en el pecho de su amo.

—Ha vuelto usted muy pronto, padrecito—dijo Ágata Mikhaïlovna.