Página:Ana Karenine Tomo I (1887).pdf/106

Esta página no ha sido corregida
104
Ana Karenine

XXV

—Mira—continuó Nicolás Levine, arrugando la frente y agitándose, pues no sabía qué hacer ni qué decir—¿ves eso?

—y señaló algunas barras de hierro atadas con cordeles, que estaban en un ángulo de la habitación—pues has de saber que es el principio de una nueva obra que ahora emprenderemos: se trata de un artel (1) profesional.

Levine no escuchaba apenas; limitábase á observar el aspecto enfermizo de su hermano, y su compasión creciente impedíale fijar la atención en lo que le decía; pero no ignoraba que aquella obra no era sino una tabla de salvación para evitar que el infeliz se despreciase á sí propio completamente.

—Ya sabes—continuó Nicolás—que el capital aniquila al obrero; este último es entre nosotros el campesino, el que sostiene todo el peso, y que nunca puede salir de su estado de bestia de carga por mucho que trabaje. Todo el beneficio, todo lo que podría mejorar la suerte de los campesinos, dejándoles algún desahogo, y ocasión además para recibir alguna instrucción, es absorbido por el capitalista. Y la sociedad se ha constituído de tal modo, que cuanto más se afanan los jornaleros, más se enriquecen á sus expensas los propietarios y comerciantes, sin que trabajador salga nunca de su tristesituación. Esto es lo que se debe cambiar.

Y miró á su hermano con aire interrogador.

—Sí, seguramente—contestó Constantino, observando que en las mejillas de su hermano se formaban dos manchas rojas.

—Por eso organizamos un artel de cerrajería en el que todo será común, trabajo, beneficios, y hasta los mismos útiles.

(1) Asociación obrera.

—¿Dónde estará ese artel?—preguntó Constantino.

—En el pueblo de Vasdrem, en el gobierno de Kasán.

—¿Por qué en un pueblo? Me parece que en el campo no falta trabajo. ¿Y por qué establecer un artel de cerrajería?