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Ana Karenine

Al entrar en una especie de recibimiento, la voz desconocida decia: «Todo depende de que el asunto se conduzca con acierto.» Levine dirigió una mirada por la abertura de la puerta y vió que el que hablaba era un hombre joven, de la clase del pueblo, á juzgar por su traje; en el sofá estaba sentada una mujer, joven también, de pobre aspecto, con vestido de lana sin cuello y sin puños. El corazón de Levine se oprimió al ver con qué clase de gente se trataba su hermano. Nadie le había oído, y adelantándose con precaución, escuchó lo que el hombre decía: tratábase, al parecer, de arreglar un negociodecia su —¡El diablo se lleve a las clases privilegiadas hermano después de haber tosido.Macha—añadió—arréglanos pronto la cena, y danos vino si ha quedado; si no lo hay, puedes ir á comprarlo.

La mujer se levantó, y al salir vió á Levine al otro lado de la puerta.

—Alguno pregunta por usted, Nicolás Dmitrievitch—dijo la mujer.

— Qué quiere?—preguntó Nicolás con acento de cólera.

—Soy yo—contestó Levine presentándose en la puerta.

—Quién?—repitió la voz de Nicolás con tono irritado.

Levine le oyó levantarse vivamente, cogiéndose á alguna cosa, y un momento después pudo ver la elevada estatura de su hermano, flaco y encorvado, cuyo salvaje aspecto, hosco y enfermizo, le causó pavor.

Habia enflaquecido más desde la última vez en que Levine le había visto, tres años antes; llevaba una levita recortada, y no sólo sus manos, sino todos sus miembros, parecían más grandes; el bigote se erizaba al rededor de los labios como en otro tiempo, y su mirar era extraviado.

¡Hola, Kostia! — exclamó al reconocer á su hermano, mientras sus ojos brillaban de alegria; después, volviéndose hacia el joven, hizo con la cabeza y el cuello un movimientonervioso, bien conocido de Levine, y en su rostro enflaquecido pintóse una expresión salvaje y cruel.

—Ya he escrito á Sergio Ivanitch y á usted; pero no les conozco ni quiero conocerlos. ¿ Qué se te ofrece, qué necesitas de mi?

Constantino Levine habia olvidado cuán dificil era tolerar