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Ana Karenine

Mientras hablaba, el brillo de sus ojos y su sonrisa abrasaban el corazón de Wronsky.

Ana marchó sin asistir á la cena.

XXIV

«Debe haber en mí algo repulsivo—pensaba Levine al salir del palacio de los Cherbatzky para volver á casa de su hermano.—No soy simpático á los demás hombres; dicen que tengo orgullo, y carezco de él completamente. Me habría colocado yo en semejante situación si no fuera así?» Figurábase á Wronsky feliz, amable, tranquilo, dotado de talento, y sin imaginarse siquiera una posición semejante á la «Ella debía elegir—pensaba;—es muy natural, y yo no debo quejarme de nada ni de nadie; el único culpable soy yo. ¿Qué derecho tengo para suponer que ella consentiría en ser mi esposa? ¿Qué soy yo? Un hombre inútil para mí mismo y para los otros.» De pronto pensó en su hermano Nicolás. «¿No tiene él razón cuando dice que todo es malo y detestable en este mundo?

¿Hemos sido justos alguna vez al juzgar á Nicolás? Ciertamente, á los ojos de Prokofi, que le encontró embriagado y con la pelliza desgarrada, es un sér despreciable; pero mi punto de vista es distinto; conozco su corazón y sé que nos parecemos. ¡Y yo que en vez de ir á buscarle he venido aquí! » Levine se acercó á un reverbero para descifrar las señas de su hermano, y alquiló al paso un coche. Durante el trayecto, que fué largo, Levine recordó uno por uno los incidentes de la vida de Nicolás: acordóse que en la Universidad, y un año después de haberse separado de él, su hermano vivió como un monje, sin hacer aprecio de las bromas de sus compañeros, cumpliendo rigurosamente con todas las prescripciones de la religión, huyendo de todos los placeres, y sobre todo del sexo femenino; más tarde habíase relacionado con hombres de la peor especie, para entregarse al libertinaje; y cierto día adoptó un muchacho campesino para educarle; pero le