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Ana Karenine

desorden. Los movimientos ligeros y graciosos de sus diminutos pies, su rostro lleno de animación; todo en ella, en fin, atraía las miradas; pero aquel encanto tenía algo de terrible y de cruelcosa.

Kitty la admiraba más aún que antes, aunque su pena se acrecentara; el dolor se retrataba en su rostro; y de tal manera se habían alterado sus facciones, que una vez, al pasar Wronsky por su lado, no la reconoció al punto.

—¡Qué hermoso baile !— murmuró él, por decir alguna —Sí—contestó Kitty.

Á la mitad del cotillón, en un paso inventado últimamente por Korsunsky, Ana, saliendo del círculo, hubo de llamar á «dos caballeros y dos damas»; una de éstas fué Kitty, que se acercó con cierta turbación; Ana, cerrando á medias los ojos, la miró y estrechóle la mano con una sonrisa; pero como observase al punto la expresión de triste sorpresa con que Kitty contestaba, volvióse hacia la otra dama y hablóla con tono animado.

«Si—penso Kitty—hay en ella una seducción extraña, casi infernal.»» Ana no queria quedarse á cenar, y el dueño de la casa insistió.

—Quédese usted, Ana Arcadievna—la dijo Korsunsky, cogiéndola del brazo. —¿No le agrada á usted el cotillón inventado por mí? ¡Es una alhaja!

Y trató de llevarla consigo, al ver que el dueño de la casa le incitaba con una sonrisa.

—No puedo permanecer aquí más tiempo—contestó Ana, sonriendo también; pero los dos hombres comprendieron por su tono que estaba resuelta á marcharse.—No—añadió—porque he bailado más esta noche que durante todo el invierno en San Petersburgo.

Después volvióse hacia Wronsky, que estaba á su lado, y le dijo: —Es preciso descansar antes del viaje.

— Decididamente marchará usted mañana? — preguntó el joven.

—Pienso que sí—contestó Ana, como admirando el atrevimiento de aquella pregunta.