empiezan á henchírsele; va á brotar del sueño la vida, la vida del sueño. ¡Pobre Avito! ¿despertará ahora? ¿se adormirá ahora?
Ha llegado el día; lo tiene ya de antemano dispuesto todo Carrascal, y aquí él, tranquilo, abroquelado en ciencia, al encuentro del Destino. Laméntase la Materia de cuando en cuando, levantándose, paseándose un momento, volviéndose á sentar.
— No puedo, no puedo, don Antonio, no puedo más... yo me muero ¡ay! me muero... no puedo más...
— Eso no es nada, Marina, un dolorcillo sin importancia; ayúdelo, ayúdelo... venga un dolor decente, un dolor como es debido y se acabó todo...
— Yo tengo más, don Antonio, yo tengo más... esto es otra cosa... esto es muy grave... yo me muero... ¡ay! adiós. ¡Avito!... yo me muero... me muero...
— Lo de todas, doña Marina, lo de todas... eso no es nada...
— ¿Que no es nada?... ¡ay! me muero... me muero... quiero morirme... ¡adiós!
— ¡Vaya, vaya! descanse un rato...
— Fruto de la civilización estos dolores — interviene don Avito, — la civilización habrá de suprimirlos. Bien te dije que el cloroformo...
— Cállate... no... no... cloroformo no... ¡ay!