— ¡Ay, por Dios!
— ¿Qué te pasa?
— ¡Lo del fenómeno!
— ¿Pero qué?
— No hable de fenómenos, que tuve un hermanito fenómeno y parece que estoy viendo aquellos ojos que querían salírsele y aquella cabeza ¡qué cabeza, Dios mío! no hable de fenómenos...
— ¡Oh la ignorancia, lo que es la ignorancia! fenómeno es...
— No, no, nada de fenómenos... y menos repetidos...
— ¡Pero qué ojos, Marina, qué ojos! — y en su interior añade: «¡cállate!» á la voz que le murmura: «que caes, Avito... que caes... que la ciencia marra...»
— Pero no se ría si digo algo...
— Yo no me río cuando se trata de algo serio, y nosotros, Marina, tratamos ahora de lo más serio que hay en el mundo.
— Es verdad — agrega Marina con profunda convicción y maquinalmente, con la convicción de una máquina.
— Y tan verdad como es. Se trata, Marina, no ya de decidir de nuestra suerte , sino de la suerte de las futuras generaciones acaso...
Se pone la Materia tan grave que al abrir los ojos hace vacilar á la Forma.
— La suerte de las futuras generaciones, digo...