— ¿Le gustan á usted las flores? — le pregunta Leoncia.
— ¿Cómo estudiar botánica sin ellas?
Marina, apartando sus ojos de Avito, los vuelve sonrientes á Leoncia y al hombre luego, como quien dice: ¡tiene gracia! Y al observarlo Carrascal 03^6 una voz que en su interior le dice: «¡alma primitiva, protoplasmática, virginal! ¡corazón inconciente!» á la vez que su corazón, conciente y todo, empieza á acelerar su martilleo.
— Usted debe de saber muchas cosas, señor Carrascal.
— ¿Por qué, mi señora doña Marina?
— Porque mi hermano cuando hay algo así, muy enrevesado, dice: ¡á Carrascal con eso!
— ¿Su hermano?
— Sí, Fructuoso del Valle.
«¡Pobre muchacha! — piensa A vito — tan hermosa y en poder aún de ese...» y dice:
— Oh, no, es favor que don Fructuoso quiere hacerme y que tal vez me hace, porque eso de saber muchas cosas... — y se atasca.
«¿Qué cosas sabes tú, Avito Carrascal, qué cosas sabes frente á esos tersos ojazos cándidos que empiezan á decirte lo que no se sabe ni se sabrá jamás?»
Leoncia barrunta algo y hasta adivina qué. No es este Avito el Avito de otras veces, dueño siempre de sí y de su palabra, en el decir afluente y