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que alguna vez se llamará del Terror; sigue su curso medida que los acontecimientos políticos siguen el suyo, y dará sus últimos y terribles resultados cuando los sucesos se lo aconsejen d Rosas.

Luego, ¿está apurado?—preguntó Varela.

El señor Agüero movió afirmativamente la cabeza, sin quitar los ojos del fuego, y haciendo circulitos en el aire con su bastón.

Aquella afirmativa no se le escapó á Daniel, y dijo:

No, scñores, el cuerpo político de su gobierno se siente en mayor espacio, y por eso obra en aquel sentido. Ho llegado á comprender por vuestros periódicos que estáis persuadidos de que Rosas hará mayor el número de sus víctimas á medida que sea mayor el peligro que lo amenace, y debo deciros que estáis equivocados.

El señor Agüero miró & Daniel: la palabra <equivocados» le sentó mal. El señor Martigny admiraba cada vez más en Daniel el tono de firme convicción con que expresaba sus ideas.

—Pero no es concebible que los triunfos irriten & un hombre—dijo el señor Varela.

Exactamente, pero si á Rosas no lo irritan los triunfos, tampoco lo irritan los reveses de su fortuna; es inirritable, señor Varela. Su dictadura es reflexiva; sus golpes todos son calculados; no calcula matar á esto ó el otro hombre, pero calcula cuándo es necesario que corra sangre, y entonces le es indiferente la clase ó el nombre de la víctima. Bajo este sistema recordad su condusta después de tres años y hallaréis que durante el peligro jamás exaspera á los oprimidos, que se vale da ellos como de otros tantos elementos de