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—Fil señor Varela miré á monsieur Martigny, quien comprendió la mirada y le dijo:

—No comprendéis, señor Varela, y eso es bien natural. Yo os lo explicaré: hace tres días que recibí una carta de este caballero, anunciándome que hoy llegaría á Montevideo á tener conmigo una conferencia, y que se volvería luego me pedía una seña para hacerse conocer de mí; le mandé la mitad de una carta de visita; ha cumplido su palabra; hace una hora que estamos juntos, mañana parte; ved ahí todo. Cuando habéis llegado, no he creido deber ocultaros este suceso, porque conozco vuestru circunspección, y para daros una prueba del concepto que de ella tengo, os diré que este caballero so llama Daniel Bello.

Después de esta noche, todos debemos olvidar este nombre por algún tiempo.

—Sonor Bello—dijo Varela, hace mucho tiempo que os adriramos; habéis hepho grandes servicica á nuestro país en la comunicación continua y segura que sostenéis con los que trabajan por su libertad; pero el interés que me inspirais, me autoriza para deciros que conéis grandísimo peligro en volver á Buenos Aires después de haber salido de allí aunque sea por tan pocas horas.

Daniel hizo un gesto, uno de esos movimientos indefinibles de la fisonomía, que equivalen á veces á un discurso clocuente, y en el cual la mirada perspicaz del señor Varela comprendió que el joven le decía:

—No me cuido de mí, no hablemos de mí.

—Y bien qué hay? ¿qué hay? Continúan las & persecuciones? Ha habido nuevas víctimas? preguntó Varela.

—Sí, señor—respondió Daniel,