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tándoos si no habéis visto nunca una escritura de esta forma.

— Y el señor Martigny tomó une carta de su papelera y se la presentó al señor Varela.

—¡Ah!—exclamó éste, pasando una mirada vivísima de la carta á la fisonomía de Daniel.

—El señor es nuestro amigo corresponsal—prosiguió el señor Martigny, que por tanto tiempo hemcs adinirado y deseado, conocer.

El señor Varela dejó la carta, y sin hablar una palabra, se fué á Daniel y lo estrechó largo rato contra su pecho. Cuando se separaron estos dos jóvenes, porque Varela tenía apenas treinta y tres años, sus ojos estaban empañados y sus semblantes más pálidos que de costumbre: cada uno había creído estrechar la patria contra su corazón.

El señor Agüero apretó fuertemente la mano de Daniel y fué á sentarse, con su tranquilidad y serenidad habituales, al lado de la chimenea, cerca de la cual tomaron asiento los otros perso najos.

Ha sido usted perseguido?—preguntó & Dariel el señor Varela.

—Folizmente no, y más que nunca estoy garantido actualinente de toda persecución en Buenos Aires.

Pero usted ha emigrado?—continuó Varela, mirando sorprendido á Daniel, en tanto que el señor Agüero miraba el fuego se golpeaba la bota con el bastoncito que tenía en la mano.

—No, señor, no he emigrado; ho venido á Mondevideo por algunas horas solamente.

Y se vuelve usted?

—Mañana sin falta.

REAS