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ción de los jóvenes, siempre dispuestos & creer las epopeyas y las historias del pueblo desde que éstas glorifican la patria, y heroificau á los que murieron por ella en el cadalso y en las batallas, ó sufrieron la desgracia santa de la proscripción, que todo hombre envidia como una gloria, en la edad en que toda desgracio es una corona de poesía para el hombre.

Aef los nombres de los viejos emigrados de 1829, entre los que figurahan en primera linea los Va rela, los Agüero, eran los favoritos de la admiración y del respeto de todos los jóvenes de Buenos Aires, no tanto por lo que habían hecho ya, sino por lo que eran capaces de hacer, según la opinión popular, llegado el día de la regeneración argentina.

La legislación, la literatura, la política, todo tanta, sus representantes legítimos entre los emigrados unitarios; y con el candor caracteristico de su edad, creían los jóvenes que de la boca de aquéllos no se desprendía una palabra que no fuese una sentencia, una ley en política, & eu literatura, ó en ciencia; todos deseaban conocer de cerca á esos varones monumentales de la ilustra— ción argentina, y todos temían, sin embargo, el caso de tener que habérsclas con ellos en cualquier asunto que hiciese relación á los intereses de su país, d más bien, todos temían tener que pronunciar una palabra delante de ellos; tan persuadidos estaban de su indisputable suficiencia.

Tales eran las creencias populares de la juventud ergentina en la época de nuestra historia.

Daniel, espíritu fuerte é inteligencia altiva, era de los pocos que no se dejaban arrastrar fácilmente por aquel torrente de opinión: sin embargo, más