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del general Lavalle antes de la batalla, mucho más lo será después de ésta. ¿Cree usted que sería fácil combinar la oporación simultánea de que he hablado?

No sólo no es fácil, sino que es imposible.

¿Imposible?

—Sí, señor, imposible. Lo que acabo de leeros, la opinión del general, se ha hecho pública, y los orientales amigos de Rivera, que es más enemigo de Lavalle que el mismo Rosas, hacen valer aquela opinión como una traición de Lavalle á compromisos que ellos mismos inventan, pues que cl verdadero compromiso de todos es operar en sentido de la ruina de Rosas. El general Rivera, que no quiere que termine el mal gobierno de la República Argentina, no sólo no consentirla que fuarzas orientales operasen contra Buenos Aires en combinación con Lavalle, sino que pondría obstáculos á la sola invasión de éste, si en su mo estuviera.

  • Pero están locos, señor!

El señor Martigny se encogió de hombros.

¡Pero están locos !—continuó Daniel.—No sabe el general Rivera que en esta cuestión so juega la vida de su país más que la de la Itepública?

. —Sí, lo sabe.

Y entonces?

—Entonces! Eso es menos grave para el general Rivera que un triunfo del general Lavalle sobre Rosas. Es una escisión espantosa, señor, la que hay entre cierto efreulo de orientalos amigos de Rivera, y la emigración argentina. Explotan las susceptibilidades de ese General, lo irritan y lo exasperan sus amigos; oid este fragmento