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Martigny hubo acabado su lectura, hay todas las exageraciones y toda la insolencia que caracterizan los documentos del gobierno de Rosas, pero en el fondo de él hay una verdad que la batalla ha sido perdida por el general Lavalle.

Sin embargo, las cartas recibidas...

—Perdón, señor Martigny, yo no he hecho el viaje de Buenos Aires á Montevideo para discurrir sobre la verdad de este documento, pucs que estoy perfectamente convencido de la desgracia que han sufrido las armas libertadoras: he venido en la persuasión de encontrar aquí la misma certidumbre, y poder entonces, sobre ese hecho establecido, discurrir y combinar lo que podría hacerse aún.

—Y bien, ¿qué podría hacerse, señor Bello?contestó el señor Martigny, no encontrando dificultad en ponerse en el caso de que efectivamento hubiese sido perdida la batalla.

—¿Qué podría hacerse? os lo diré, señor, pero tened presente que no es de la pobre cabeza de un joven de donde salon las ideas que vais á oir, sino de la situación misma, de los hechos que hablan siempre con más elocuencia que los hoinbres.

—Hablad, señor, hablad—dijo el agente francés, seducido por la palabra firme, y por la fisoromla de aquel joven, radiante de inteligencia.

—Se conoce aquí el estado de las provincias interiores; las inús fuertes de ellas pertenecen á la revolución. En el litoral, Corrientes y Entre Rios, levantan también las armas de la libertad.

El Estado Oriental se armó igualmente contra el gobierno de Rosas. I.a Francia extendió una poderosa escuadra sobre los puertos y costas de