francés, sonriéndose y mostrando bajo sus labios grucsos y rosados sus hermosos y blanquísimos dientes.
—Os sorprendéis, señor, de hallar tan joven á vuestro viejo corresponsal, no es así?
—Pero esa sorpresa cede el lugar á la que ine causa vuestra penetración, señor... perdonad que no os dé vuestro nombre: pues que para mí es un misterio aún.
—Que dejará de serlo en el momento, seor :
las cartas podían comprometerme; las palabras fiadas á vuestra circunspección, de ningún modo:
mi nombrs es Daniel Bello.
El señor Martigny hizo un elegante saludo, y él Daniel sentáronse junto á la chimenes, —Os esperaba con impaciencia, señor Bello, después de vuestra carta del 20, que he recibido el 21.
—El 20 os pedía una conferencia para el 23, y hoy estamos á 23 de julio, señor Martigny.
—Guardáis en todo una exactitud admirable.
Los relojes políticos deben estar siempro perfectamente arreglados, señor; porque de lo confrario, suelen perderse las mejores oportunidades que marca el tiempo, siempre tan fugaz en los acontecimientos públicos; os prometí estar el 28 en Montevideo, y héme aquí; debo estar en Buenos Aires el 25 á las doce de la noche, y estaré.
Y bien, señor Bello?
—Y bien, señor Martigny: la batalla se ha perdido.
—¡Oh, no!
—Lo dudáis? —preguntó Daniel un poco admirado.
—No tenemos todavía detalles oficiales: poro,