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mo—dijo—dándole al criado la mitad de una tarjeta de visita, cosa que el criado tomó con cierto embarazo, no sabiendo si cerrar ó dejar abierta la puerta de la calle, porque Daniel al abrir su levitón y sacar del chaleco la media tarjeta que iba á servir de seña, había puesto de manifiesto & los ojos del criado un par de hermosas pistolas de dos tiros que traía en su cintura, pasaporte con qué quince horas antes se había embarcado en Buenos Aires.

El criado no tuvo, sin embargo, la impertinencia de ecrrrar la puerta, y algunos segundos después volvió, con mucha atención, á decir á Daniel que pasasc adelante.

II

CONFERENCIAS

Daniel dejó su capa, su sobretodo y sus pistolas, en una pequeña antesala, arregló un poco su cabello, y pasó a la sala donde el señor Martigny, al lado de la chimenea, leía algunos periódicos.

Los ojos del agente freccés, joven aún y de una fisonomía distinguida, estudiaron por algunos segundos la inteligento y expresiva de Daniel, pålida y ojerosa entonces, y no pudo menos de revelar cierta sorpresa que no pasó inadvertida ú Daniel: éste quiso entonces dar su primer golpe sobre el espírit del señor Martigny, y al cambiar con é un apretón de manos, lo dijo en perfecto