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mos desembarcar sin mojarnos, porque la marea está muy alta.

Cinco minutos después, Daniel Bello pisaba las piedras del Baño de los Padres, y, sacudiendo su capa de goma, rociada a menudo por las aguas del río, seguía á Mr. Douglas, quien después de haber dado algunas órdenes & los marineros, dijo á Daniel:

—Por aquí, señor, tomando al Sur, doblando luego para San Francisco, y tomando en seguida por la calle de San Benito.

A dos minutos de marcha, en la segunda cuadra de esa calle, se paró Mr. Douglas en la primera puerta, á la mano derecha, y dijo á Daniel:

—Esta es la casa, señor.

—Bien, irá usted á esperarme en la fonda; ¿cómo me dijo usted?

—La fonda del Vapor.

—Bien, me esperará usted en la fonda del Vapor. Tome usted una habitación para mí, por si tenemos que pasar la noche.

—Pero, ¿cómo se irá usted solo? Usted no sabe las calles.

—De aquí me conducirán.

—No será bueno preguntar si está la persona á quien usted viene á ver, antes de retirarme yo?

No hay necesidad, si no está, esperaré; puede usted retirarse.

Mr. Douglas se retiró en efecto; Daniel dió dos fuertes aldabazos, y preguntó al criado que salió á abrir:

—¿Está en casa el señor Bouchet de Martigny?

—Está, señor—contestó el criado, mirando á Daniel de pies á cabeza.

—Entonces, entréguele usted esto ahora mis-