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ciado decía entre sí mismo.— Nueva Tiro, allí no se pregunta al hombre de dónde es, sino qué es lo que sabe, y el hombre de cualquier punto del Inundo llega allí, las instituciones lo protegen, y el comercio ó la industria le abren sus copiosos canales al momento: y es así como se han hecho fuertes y ricos. La dictadura argentina les es fatal á su paz, á su libertad y á su comercio, y todos se han unido y marchan juntos contra el obstáculo común y es asi como conseguirán pronto derrocar ese coloso, formado con el barro y la sangre de nuestras pasadas disensiones.» Y pensando así, los vivísimos ojos de ese hombre, cuya fisonomía, joven é inteligente, estaba alumbrada en ese momento por el argentino rayo de la luna, parecían querer penetrar al través de los edificios de la ciudad cercana ya, para confirmarse en el examen de los hombres, de las virtudes que en aquel momento les atribuía su imaginación, bien distante, sin embargo, de la triste realidad de las cosas.

—Falta mucho, Douglas, para llegar al puerto preguntó al hombre de capote de barragán, inirando su reloj que apuntaba las nueve y media de la noche.

—No, señor don Daniel—contestó con una franca acentuación inglesa el hombre & quien había llamado Douglas, vamos á desembarcar un poco á la derecha de aquella fortaleza.

Qué fortaleza es ésta?

—El fuerte de San José.

Hay próximo á eila algún muclle?

—No, señor; pero hay un desembarcadero que se llama Baño de los Padres, donde atracan los botes de las estaciones de guerra, y donde podro