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ridad de la luna, levantar más alta que nunca su cabeza jugando con los eclipses de su inmensa farola.

Corno saliendo del pie de esa infinita montaña, desde las sicto de la noche se divisaba allá en el horizonto una cosa parecida á esas palomas del Mar del Sur que, arrebatadas por el viento de las costas de Patagonia, vuelan sobre las ondas de esos mares, las mayores del mundo, rozando las aguas con sus alas, inclinándose ora sobre una, ora sobre otra, mostrándose y perdiéndose á la vez entre las montañas flotantes, hasta encontrar el mástil de algún buque, ó las escarpadas rocas de Malvinas.

Como una blanca pluma del ala del pampero, el psqueño bajel, que tenía la audacia do surcar las ondas de ese río que desafía al mar en los días que da curso libre á sus enojos, ce deslizaba rápidamente sobre ellas, y por instantes se aproximaba al puerto. Los buques de guerra distinguicron pronto que era una ballenara de Buenos Aires; embarcaciones que hacían diariamente el contrabando durante el bloqueo francés en aquel puerto.

Esta pequeña embarcación descubierta, sólo trata cuatro hombres. Dos de ellos, sentados en el medio, prontos á cazar la gran vela tirriana que la hacfa volar sobre las ondas; de los otros dos, el uno estaba al timón, cubierto con un capote de barragán y un gran sombrero de hule, el otro reclinado sobre la pequeña borda, envuelto en una capa de goma, teniendo en su cabeza una gorra de paño con visera. El primero sólo movin sus ojos de la vela á la onda, y de la onda á la vela; el segundo no los separaba de un solo pun-