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—No, jamás.

Eduardo, en efecto, hizo la acción de arrodillarse, pero los brazos de Amalia se lo impidieron.

Y en ese momento de entusiasmo y de olvido, la freute de la joven sintió el calor de los abrasados labios de su amado.

Ella no hizo ninguno de esos movimientos violentos y generalmente mentidos de las personas de su sexo en tales casos; recibió sobre su frente el primer beso de Eduardo, oprimió su mano fuertemente entre las suyas, lo miró tiernamente, y fué tranquila, en apariencia, á despertar á la pequeña Luisa.

El amor había recibido el beso, el deber ponía fin á aquella escena.

Eduardo comprendió toda la delicadeza de la conducta do Amelia, y sintió en su alma todo el orgullo de su exquisita ciccción.

Cuando la niña hubo despertádosc, alegro con la presencia de su señora, Eduardo extendió su maño de despedida á Amalia. Ella entonces se quitó de sus cabellos la rosa blanca que había llevado al baile y se la presentó á Eduardo.

Un minuto después, su mirada estaba fija aún en la puerta por donde había retirádose el primer hombre que había llamado á la que guarda los secretos afectos en el corazón de una mujer, que responden siempre, pero que rara vez abren.

En seguida, Luisa echó las llaves, y Amalia entrá en su alcoba á velar las recordaciones de esa noche á la luz dulce y poética de su alma enamorada.