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pilla de Santa Lucía para tomar la calle Larga, cuando cerca del ángulo que forman allí los dos caminos que se encuentran, fué alcanzado por tres jinetes que, á todo correr do sus caballos, habían bajado la barrenca del general Brown y seguido la misma dirección que traía el coche.

La intención de estos hombres se hizo bien manifiesta desde el momento; dos de ellos flanquearon los caballos del coche y cruzaron los suyos con tal prontitud, que Pedro tuvo que tirar la rienda á los que dirigía.

El otro de aquéllos acercó su caballo al estribo del coche, y con una voz blanda, pero algo trémula por la agitación de la carrera, dijo:

—Somos gente de paz, señora; yo sé que va usted perfectamente acompañada con el señor Bello; pero los caminos están muy solos, y me he apresurado á correr tras el carruaje para tener el honor de ofrecer á usted mi compañía hasta su casa.

El coche estaba parado.

El viejo Pedro se inclinaba sobre el pescante cuanto posible le era, midiendo bieu la cabeza de uno de los dos hombros á caballo que estaban junto a los del coche, para hacerle el obsequio de introducirle en ella una onza de plomo perfectamente osférica, que traía guardada entre el cañón de una pistola de caballería que hizo su buck papel en media docena de ciertos dramas que so representaran veinte años antes.

El oriado de Eduardo estaba ya pronto á tirarse de la zaga y tomar la medida del primero que llegase á sus manos, con un grueso bastón de tala que provisoramente había colocado entre las presillas del estribo, y que de ellas había pasado á