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ofreciera el momento de estrechar su relación con ella.

Algunos minutos después que Amalia, Florencia y Daniel habían salido del baile, el coche paraba á la puerta de la casa de madama Dupas quier, calle de la Reconquista.

Luego de dejar á Florencia, á cincuenta pasos de su casa, paróse el coche junto a otro en la misma calle de la Reconquista. De este último bajó Eduardo Belgrano á tiempo que Daniel descendió del de Amalia. Ambos jóvenes so cambiaon algunas palabras, y en seguida Daniel subió á su coche, que era aquél en que Eduardo había estado esperándolo, y éste fué á ocupar el lugar de su amigo al lado de la hermosa Amalia.

El carruaje de ésta, uyo cochero no era otro que el viejo Pedro, teniendo por lacayo al criado de Belgrano, siguió al trote de los caballos la empedrada calle de la Reconquista en dirección á Barracas.

Mientras el coche descendía lentamente la empinada barranca que lleva el nombre del bravo almirante que sostuvo la guerra marítima de la República con el Imperio del Brasil, porque estaba cerca de ella la casa de su habitual residencia. Amalia refería & Eduardo todas las courroneias del baile; todas las cosas incomprensibles que se habian presentado á sus ojos, las vacilaciones en que se había encontrado su espíritu; y la violencia que se había hecho para sobrellevar aquellas dos largas horas en que por la primera vez de su vida se había encontrado entre gentes y ocurrencius tan ajenas á sus gustos y á su educación.

Tal era el asunto de la conversación de los dos jóvenes, y ya el carruaje se aproximaba á la ca-