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el odio de los hombres hourados, y la admiración de los malvados, que es todavía poor que aquello para los hombres de virtud y de corazón. Y como todo el que acaba de cumplir un grande, pero penoso deber, Daniel salió del comedor tranquilo y triste; se dirigió al salón y dijo & su prima:

—Vamos.

Amalia notó que el semblante de Daniel estaba algo descompuesto, y no vaciló en preguntarle por la causa de ello.

—No es nada—le contestó el joven,—acabo de jugar mi nombre á la salud de mi patria.

—Vamos, Florencia—prosiguíó Daniel dirigiéndose á su amada, que en aquel momento se acercaba á Amalia.

XII

DESPUÉS DEL BAILE

Durante Daniel estaba en la mesa, la señora doña Agustina Rosas de Mansilla de nuevo había establecido sus reales sobre los vestidos, alhajas y demás de su nueva amiga, como ya la llamaba; y no había separádoso de ella sin prometerle muchas visitas, esperando—decía,—que su intima amiga la señorita Dupasquier la acompañase en ellus.

Manuela Rosas no había hecho preguntas, ni ofrecido visitas, pero estaba inspirada de sincero cariño por Amalia, y deseaba que la casualidad le