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hubieran podido despertar los celos de Catalina de Médicis, si esa interrogación hubiera sido hecha en un salón del Louvre, en el reinado de cualquiera de sus hijos, ó más propiamente dicho, en lcs reinados de ella.

Daniel no contestó.

Florencia se tomó por él ese trabajo.

—Usted, si, señora, usted beberá, y beberá conmigo le dijo Florencia. Solamente que, cuando esos caballeros beban por lo que ellos quieran, muy despacito beberemos nosotras por nuestros amigos... pem, mire usted, Amalia, Manuela hace á usted señas.

En efecto, Manuela hizo á Amalia un elegante saludo con su copa, que en el acto, fué contestado con co menos buen tono por la bellísima tucuinana.

—«Soñores—dijo el comandante y redactor Ma»riño, que de cuando en cuando giraba sus obli»cuas miradas hacia Amalia :—¡ por el grande hé»roe de la América, por su inmortal hija, por la »muerte de todos los salvajes unitarios, sean grin»gos ó nacionales, y por las bellas de la República »Argentina» y los ojos de Mariño dieron media vuelta por delante de Amalia.

Era ya necesario gritar mucho para hacerse oir.

Los generales Rolón y Pinedo consiguieron después de grandes esfuerzos hacer entender sus brindis. El coronel Crespo tuvo que ponerse sobre su silla para llamar la atención sobre sus palabras.

Pero la voz potente del coronel Salomón, dominó de repente la algazara y dijo:

—Señores, me manda decir la ilustre hermana de Su Excelencia nuestro padre, la señora doña Mercedes, que pida un momento de silencio al "