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Ponerse de pie Manuela y levantarse todo el mundo, fué obra de un instante.

Las damas federales se precipitaban á servir de satélites al astro radiante de la Federación de 1840.

Cada una quería acercársele y marchar junto á ella para colocarse á su lado en la mesa.

Las damas unitarias, al contrario, ó se dejaban estar en su asiento, ó se separaban lo más posíble de las otras, cambiando entre ellas miradas conversadoras y significativas.

Daniel, en el momento de levantarse Manucla y Agustina, hizo scñas é uno de sus amigos; se acercó, le habló dos palabras al oído, y el joven presentó su brazo á Amalia, mientras Florencia tomó ei de Daniel.

Así marchaban al gran comedor del palacio, atravesando los salones y las galerías, cuando la señora de N..., conducida por un caballero joven, se acercó á Amalia y le dijo al oído:

—La felicito á usted por sus nuevas amistades.

Amalia contestó con una sonrisa.

—Comprendo esa sonrisa. Estamos de acuerdo.

Pero hay una cos& grave.

Una cosa grave?—dijo Amalia, parándose y sintiendo un fuerte latido on su corazón, porque allí lo que no la asustaba la inquieteba.

—Si.

Y cuál?

—Mariño está en el asunto.

—¿Aquel hombre de los ojos?...

Aquel hombre de los ojos.

—Pues bien, ¿qué hay?

Qué hay?

—Sí, Que la sigue á usted con las miradas en to-