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lla porteña, y de cuando en cuando, con los ojos interrogaba & Daniel sobre la especie de señora que tenía á su lado. Agustina, sin embargo, nada notaba de semejantes miradas. Tas suyas inspeccionaban hasta la costura del vestido de Amalia.

—Yo quiero que seamos muy amigas—le dijo Agustina después de haberle preguntado si sabía dónde encontraria, para compraria, una perla semejante á la que tenía en su cabeza.

Será para mí un grande honor, señore, disfrutar de la amistad de usted—le contestó Amalia.

—II ace mucho tiempo que deseaba esta ocasión prosiguió Agustina, y ya había pensado ir á casa de usted aunque nadie me presentase; porque yo soy ast, soy muy franca con mis amigas.

Y me ha de mostrar ustad todo cuanto tiene, ¿no es verdad?

—Con el mayor placer.

—Aquí no hay nada hoy; las tiendas están vacías, y si no hubiera sido por Florencia, no hubiera tenido hoy un vestido con que venir al baile. Ahors sólo llegan de encomienda los vestidos de Francia. Pero es preciso tener quien los mande de allí, no es verdad?

—Ah, sin duda!

—Pues eso mismo lo digo yo á Mansilla todos los días; pero qué! ¡si es lo mismo que si hablara con la pared: Qué feliz fué usted con su marido Dicen que todo lo que usted tiene so lo hizo traer de Francia, es cierto?

—Sí, señora, es cierto.

¡Oh, qué felicidad!

La conversación siguió, poco más o menos, sobre los asuntos que hacían on sea época el mundo, .