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ñero, no pisaban la alfombra, se deslizaban en ella como dos sombras, como dos creaciones del espíritu.

Las miradas de todos las seguían, se perdían con ellas en los giros fugitivos del vals, y se afanaban en vano por descubrir, bajo las nubes de seda y blondas, el pie delicado y flexible en que se apoyaban aquellos céfiros de amor, que pasaban junto á todos como suspiros de la música, como emanaciones de la luz.

De improviso cosó la música, y de improviso, como paradas por una voluntad superior, las dos jóvenes cesaron en su rápido movimiento, y las dos, asidas al brazo de su compañero, dieron una vuelta por el salón, tan tranquilas, como si acabasen de levantarse de su asiento.

Florencia tenía pintadas de rosa sus mejillas.

Amalia estaba hañada de la palidez del nácar.

Florencia estaba bellísima.

Amalia divina.

Las dos amigas sentáronse juntas en un ángulo del salón, y á pocos instantes, Manuela, del brazo de Agustina, se accreó á Amalia, Daniel permanecía de píe delante de su amada y de su prima..

Manuela presentó á Agustina, quien con los lebios eo dirigía á Amalia y con los ojos á la hermosa perla que sujetaba los espléndidos cabellos de la tucumana.

Sentáronse juntas las cuatro jóvenes, y mientras Manuela entretenia la conversación con I'lorencia, Agustina se ocupaba en hacer pregunta sobre pregunta á Amalia, sobre el vestido, sobre las cintas, los encajes, etc.

Amalia estaba aturdida de la candidez de la be-