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fuerte; pero yo creo que después que concluyas tu discurso, voy á darte apenas la clasificación de mediano... Ah, no respondes! pues bien, yo continuaré por ti.

Y Daniel, que concluía su tocado, vinc y sentése al lado de su amigo, apoyando su brazo sobre uno de los del sillón en que estaba.

—No hay nada, mi querido Eduardo, que se explique con más facilidad que mi carácter, porque él no es otra cosa, que una expresión cándida de las leyes eternas de la Naturaleza. Todo, en el orden físico como en el orden moral, es inconstante, transitorio y fugitivo; los contrastes forman lo bello y armónico en todo cuanto ha salido de la mano de Dios; y en nada se ostenta más esa variedad infinita que reina eu el Universo, que en el alma humana. En un día, en una bora, en un minuto, Eduardo, el corazón, la inteligoncie y el espíritu, se modifican y cambian tan improvisamente como los colores sobre la superficie del ópalo. Al lado de un gran pensamiento, la pluma con que lo escribimos, el fuego, ó el libro en que tenemos fijos Jos ojos al meditar, la risa de un niño, el ala de un insecto, la mínima cosa, hace que aparezca al lado de aquel gran pensamiento una pequeñísima idea que se apodera tanto de la mente como otra cualquiera de mayor importancia. En medio de la fslicidad, cruza fugitive una idea; el cristal de nuestra dicha se empaña un momento, y una lágrima cac al corazón en medio mismo de la embriaguez de su ventura. De la ocupación més seria se desciende instintivamente á los goces ó á los pasatiempos más frívolos, y en medio de esas grandezas de alma que sueler deificar la vida de un mortal, la vulgaridad viene á poner de repente su rasgo