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victorias sobre los otros pueblos. Y esos frailes y esas religiosas so las tributaban por la prensa al más impio y sanguinario de los tiranos. Sus labics sacrilegos ofrecían elevar & Dios sus plegarias por sus continuos triunfos sobre los unitarios.

«Tienen miedo»—decfase para diculparkos.

Miedo: El que viste el santo hábito de religioso no conoce ese sentimiento. Cuando siente que la fortaleza de su alma desmaya, él se arrodille en el templo, ó bajo la bóveda eterna de los ciclos, y pide á Dios la inspiración divina que imprimió la resignación en el espíritu de su Hijo.

El miedo es un crimen en el varón apostólico, cuando se trata de defender la religión y la moral, cuando se trata de resistir al crimen ó á la lentación del Demonio. El hijo de la iglesia debe morir antes que claudicar de los santos principios que profesa. Cuando le falta el valor á la carne, la inspiración del Altísimo lo infiltra en la conciencia, si ésta sc clova hasta El en estado de santidad y de rucgo. En la Cochinchina, en el Tihet, en los desiertos del Africa, en los bosques de la India entre sus boas y sus reptiles, el sacerdote de Cristo no conoce el miedo. Allá van diez y vuelve uno, contando que sus demás hermanos perecieron; y otros diez y otros cien, siguen tras ellos, á llevar en su palabra, en su resignación y eu su martirio, la propaganda santa que el curso de diez y nueve siglos uo ha cortado.

Al Nuevo Mundo, levantado en la mano de Colón y presentado á la luz de la civilización del Vicjo Mundo, vino, antes que ésta, la luz pura y clarísima del cristianismo, á invadir los páramos solitarios y las tinieblas de la conciencia del rudo