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27 IX

PROMESAS DE LA IMAGINACIÓN

—A la plaza Nueva—dijo Daniel á su cochero inglés, que hizo partir los caballos á gran trote, dirigiéndose al lugar indicado para dejar en él á don Cándido, que, como se sabe, vivia á pocos pasos de allí; y luego los dos jóvenes, seguidos de sus crisdos, entraron en la casa de Daniel.

Por la sala de ésta iba Daniel, y ya su levita estaba desabrochada, y deshecho el lazo de su corbata, para no perder sino el muy necesario tiempo en cambiar su traje ordinario por uno de baile; que para aquella organización inquieta, para aquela existencia tormentosa, no había en el tiempo un solo minuto inútil, pues todos estaban consagrados á la actividad de su inteligencia y de su corazón.

—Piensa que no puedo seguirte á ese paso—le dijo Eduardo, que sólo con gran dificultad andaba.

—Piensa que son cerca de las doce, y que á esa hore deben entrar Amalia y mi Florencia en el baile; y que yo debo estar allí para velar por ellas, y para ciertas presentacionos muy necesarias hoy le respondió Daniel, entrando en su alcoba y desvistiéndose, mientras Fermín, que adivinaba Bus pensamientos, ponía luces delante de un espejo y le preparaba un traje.

Ah, eres muy feliz, Daniell—dijo Eduardo, echándose en un sillón y estirando su débil y dolorida pierna, al mismo tiempo que desabrochaba su