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prestaron al plan rebelde del apóstata, y comenzaron en las famosas «parroquiales» sus primeros insultos á Dios, á Cristo, y á su sacra casa.

Cuando el Emperador Teodosio, bañado en la sangre de la degollación dn Tesalónica, quiso ontrar al templo, San Ambrosio salió á la puerta y extendiendo su mano, le dijo: «Aquí no entra el delito: id á lavaros, y volved limpio.» Pero en Buenos Aires no hubo quien velase por la santidad del templo.

En los brazos de los federales, de los federales dignificados con la casaca de nuestros generales, ó con el bastón de nuestros magistrados, pero pleheyos y corrompidos de corazón, el retrato del Dictador fué conducido hasta los templos y recibido en la puerta de éstos por los sacerdotes con sobrepelliz; paseado por entre las naves bajo el santo palio, y colocado en el altar al lado del Dios crucificado por los hombres...

En la tribuna cel Espíritu Santo se alzaba al mismo tiempo la voz del misionero apóstata de la santa ley del Evangelio, y buscando la inspiración de su palabra, no en el sagrado Tabernácio donde se encierra la primera ofrenda que hace al alza el legado sublime del catolicismo, sino en la imagen ensangrentada del renegado de su Dics y de sus doctrinas en la tierra, transmitia al pueblo, ignorante y ciego que cuajaba el templo, no esa predicación de amor y de paz, de abnegación y de virtud, de sacrificio y de hermandad, que le dictó el Hombre—Tios desde el Calvario, sino el odio de Cain, y la mofa sangrienta del que presentaba el vinagre y la hiel á Quien podía desde la cruz una gota de agua para sus labios abrasados...