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—Doy & Vuccelencia las más rendidas gracias, Excelentísimo Señor, por la noble y justísima dofensa con que ha honrado la causa del más leal y sumiso de sus servidores. Eso hombre es un energúmeno. Excelentisimo Señor—dijo don Cándido al ver entrar á don Felipe.

Qus! ¿Sabe usted lo que hay en plata, don Cándido?

—El talento immalo, profundo y cultivado de Vuccclencia me ilustrará.

Lo que hay en plato, es que este eura Gecto, que no es tan metódico como debiera serlo, tomó demasiado vino con los amigos á que se ha referido, y después tuvo alguna pelotera por ahí; no se acuerda con quién se peleó, y se le ha puesto que es usted.

—Oh, cómo admiro y venero el talento de Vuecelencia, que encuentra siempre y con tanta facilidad las causas ocultas de los fenómenos visibles!

—El hábito, mi amigo, el hábito de tratar con tanta gente.

—No, el talento, el genio.

Algo puede haber de eso, pero no tanto como me atribuyen—dijo don Felipe bajando humildemerte los ojos.

—Justicia al mérito —Además, estamos en uma época de tolerancia y de olvido con los errores pasados, y yo quiero que mi Gobierno delegado sea inspirado por una política de fina benevolencia para con todos. Maana pueden quizá cambiar los acontecimientos, y yo quiero que se recuerde con placer el progra ma de mi pasajero Gobierno.

— Sublime programa!