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Ah, le lucle. 1 usted la cabeza?

Don Cándido contestó afirmativamente com un signo.

Bien, apunte usted la queja del señor cura Gacto y retirese.

Don Cándido volvió á la mesa y se puso á escribir.

Gacte prosiguió:

—Esto suceso casi me costó la vida, porque me levantaba de dormir la siesta después de haber estudo de comida con cuatro amigos, y esa noche casi tengo una apoplejia.

—Oh, si ha sido una cosa horrible!

—Pero ya he conocido & uno como he dicho á usted, y si nadic mo hace justicia, aquí está quien me la de hacer —dijo Gaete señalando el lugar de la cintura en que acababa de guardar su cuchillo, bajo un enorme chaleco colorado.

—Ysabe usted quién es?

—No, señor. Désemé la orden de prisión con el nombre en blanco, que yo lo poudré.

Pero hombre!

—Eso es lo que yo quiero.

— Acabó usted, señor don Cándido?—dijo don Felipe, que no sabía por dónde salir de aquel laberinto.

Don Cándido contestó afirmativamente, siempre con un signo.

—A ver, lésselo usted al señor cura, Gaete..

Don Cándido vacilaba.

—Toa usted, hombre de Dios, lea usted lo que ha escrito.

Don Cándido elevó su pensamiento á Dios, tomó el papel y leyó:

«Queja elevada al Excelentisimo Señor Coher-