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El fiel Fermin estaba sentado en la puerta de calle, observando si alguien se aproximaba á la casa.

I Ha llegado el coche?—le preguntó Daniel.

Hace media hora que está en la bocacalle.

El sereno acababa de cantar las once.

A una palabra de Daniel, Fermín marchó al interior de la casa y volvió con el criado de Eduardo, que hacía la centinela de retaguardia; y Eduardo, el nuevo personaje y el criado, se dirigieron á la bocacalle, para tomar el coche.

Una vez solo Daniel con su criado en la casa, dió en el patio un ligero silbido, y una voz meliflua, resfriada, trémula, le respondió de la azotea:

—Aquí estoy. Bajo ya de esta altura frígida, sombría y terrible, moi querido y estimado Daniel?

—Sí, baje usted, mi querido y estimado maestro —dijo Daniel, imitando la voz y el estilo de nuestro buen amigo don Cándido Rodríguez.

—Daniel, Lú precipitas mi salud y mi alma...

—Marchemos, señor, que alguien nos espera en el coche.

Y Daniel, arrastrando á don Cándido, salió de la casa de doña Marcelina, ouya puerta cerró l'ermín, guardándose la llave. Don Cándido y Daniel subieron al coche, que, luego de saltar Fermín y Manuel á la zaga, se sumergió en la obscurisima calle de Cochabamba, parando quince minutos después en la calle del Restaurador, tras de San Juan, donde bajó el personaje que hemos mencionado, siguiendo en seguida el carruaje hasta la casa de Daniel, donde bajarou todos, cerca de las once y media de la noche.