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Don Cándido iba á hahlar, pero se contuvo; pues, todo lo que más le importaba era no hablar; y tuvo que resignarse sufrir en silencio la pantomima de Gaete, jurando en su interior, que ese sería el último día de su residencia en Buenos Aires, si tenía la dicha de que no fuese el último de su existencia en el mundo.

Gaste continuo:

—Pero, á tiempo que se lo iba & encajar, se me cayó el cuchillo. Fuí á alzarlo, y á tiempo que me agachaba, otro hombre se echa sobre mí y me pone una pistola en la sien; y allí, desarmado yo, y con la muerte en la cabeza, se pone é insultarmc, y á insultar al Restaurador y á la foderación.

Y después de decir cuanto se le vino á la boca, me metieron en la sala entre dos hombres, me encerraron, porque casualmente las mujeres habían salido, y después se marcharon.

¡Oh, es una ingolencia inaudita! — exclamó don Felipe.

—No se lo decía, pues?

¿Y quiénes eran?

—Ahí está la cosa. No pude saber nada, porque se habían entrado con la llave falsa á esperarme, cuando vieron que las señoras habían salido, pero después he dado con uno; lo he conocido por la voz.

Ha oído usted coes más original, señor don Cándido?

Don Cándido hizo una mueca como diciendo:

¡Asombrosa!

—¿Pero qué tiene usted, hombre? Está usted como un muerto.

Don Cándido llevó la mano á la cabeza y se golpeó la frente.