ese vinculo era el micdo; un miedo abrumador por la de Gaese, cuanto por sus intimas relaciones con la Mazorca.
Así fué que, al verlo entrar, salió á su encuentro con las dos manos estiradas; cual si fuese tropezar con él, más bien que á saludarlo. Pues que por un resultado necesario del sistema de Roses, sus mejores servidores estuvieron siempre temblando recíprocamente unos de otros, y todos juntos, del mismo hombre á quien scrvían y sostenían.
—Qué milagro, padre, qué milagro !—exclamó don Felipe sentándose á su lado; pero desgraciadamente el cura Gaete vino é quedar frente á frente con don Cándido.
—Vengo á dos cosas.
—Hable, padre. Sabe que yo soy uno de sug mis antiguos amigos.
—Eso lo hemos de ver hoy.
Hable, hable no más.
La primera cosa é que vengo, es á felicitarlo.
—Gracias, muchas gracias. ¡Qué quiere usted, todos debemos prestatnos & lo que manda el sefor Gobernador!
—Cabel. Al fin, nosotros nos quedamos aquí mientras él va é darles de firme é esos traidores.
Y la segunda cosa, padre?
—La segunda es una orden que quiero me dé usted para que prendan a unos impíos unitarios que me han ofendido.
Hola!
—Y a toda la federación.
—¿Si?
-