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cenero Rejas, á cuenta del gasto que le hago.

—Ya.

—Esas son mis estancias ¡treidores!

De manera que me autoriza usted para contener los avances de la Sociedad Popular?

—No tengo mi cabeza para esas cosas. Otro día consultaré.

31 —Bien; yo le escribiré al señor Gobernadordijo Victorica levantándose, bien decidido á no escribir de eso una palabra á Rosas; quería asustar más al pobre don Felipe, de quien acababa de vengarse á su satisfacción.

—Se va usted?

SI , señor.

De inodo que ya va ustod autorizado?

Autorizado! ¿para qué?

—Para lo del pan.

Ah, no me aconlabal Que lo hagan grande.

Aunque pierdan los panaderos?

Aunque pierdan.

—Muy bien.

—Y de harina flor, como lo trabajan las monjas.

—Buenos dias, señor don Felipe.

Dios so los de buenos, señor Victorica. Consúlteme todo cuanto ocurra.

Oh no dejaré de hacerlo. ¡Es usted el Gobernador delegado l —Aunque rabien los unitarios. Lo soy; sí, señor, lo soy.

—Buenos días.

Y Victorica salió schando á los diablos al Gobernador delegado.

Entre las muchas preciosidades curiosas que ofrece á la crítica el sistema de don Juan Manuel