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ancha y noble fisonomía estabaa dibujados la superioridad y el talento.

— Qué hacer? Insistir, insistir siempre, y dejar comenzada una obra que acabarán nuestros nietos.

—Pero, ¿y Rosas?—preguntó Daniel.

—Rosas es la expresión ingentia de nuestro estado social, y ese estado mismo se opone á nosotros y lo sostiene á él.

—Sin embargo, si conseguimos matarlo...

Quiénes ?—preguntó sonriondo el interlocutor de Daniel.

—Cualquier hombre de corazón, señor.

—No, Daniel, no; para ser tiranícida, se necosita una de dos cosas, ó una gran venalidad de alma para vender su puñal, y hombres de éstos 20 existen en nuestro partido, ó un grun fanatismo republicano, y esto últico no existe en nuestro siglo.

—Y entonces ¿qué hacer?

—Trabajar, trabajar siempre; un hombre que se consiga ganar para la libertad y para la civilizacién, cs, al fin, un triunfo, por pequeño que sea.

¿No ca así, Belgrano?

—Así es, señor..

—Entonces hemos hecho bastante por esta noche. Marchamos, mis amigos, mis hijos. Dios, á lo menos, os dará el premio que merece la sanidad de vuestra conciencia.

—Vamos, señor—dijeron los dos jóvenes, pasando á la sala con aquel hombre que parecía tener sobre ellos una influencia moral ejercitada desde mucho tiempo.

El mismo dió su brazo á Eduardo, que movía su pierna izquierda con visible dificultad.