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a do indisponerse con todo el mundo! Basta de compromisos, que demasiados tenemos, señor don Bernardo. No siendo por orden del señor Gobernador, no haga usted nada.

—Sin embargo, hay suspechas sobre un pariente de la dueña de esa casa.

—Quién es el pariente?

—Don Daniel Bello.

¡Jesús! Qué esté usted diciendo?

—Yo las tengo.

—No diga usted disparates. Yo respondo por él como por la Virgen del Rosario. No sabe usted ni doña María Josefa todo lo que la federación debe á ese joven. Intriga, calumnia. Nada, nada contra Bello, si no es por orden del señor Gobernador.

—Yo haré lo que el señor Arana me ordene, pues que no tengo orden especial de Su Exceleneia, pero no perderé de vista á ese mozo.

—¿II ay más?

—Nada más.

1 —¿Está usted despachado entonces?

—Aún no, señor don Felipe.

Y qué más hay?

Hay que no me ha contestado, usted, ni me ha autorizado para lo de las patrullas, ni para comtener los avances de la Sociedad Popular, que pone presos á los empleados de la policía.

—Consultaré.

— Pero no es usted el Gobernador delegado?

—Lo goy.

Y entonces?

No importa, lo consultaré con el señor Gobernador.

—Pero el señor Gobernador no está hoy para ocuparse de asuntos de servicio interior.