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»Día 14.—A las cinco de la tarde marchamos y »acampamos á las siete y media de la noche en »otra estancia de Pérez Millán.> —Usted ve ese hombre lo que está haciendo?

—dijo don Felipe, dirigiéndose á Victorica y cruzando sus manos sobre el estómago, como era sil costumbre.

—Sí, señor, veo con placer que no marcha tan recto ni tan pronto como le convendría.

—Pero marcha, y el día menos pensado se viene hasta la ciudad.

—Y¿qué hemos de hacer?—contestó Victorica riéndose interiormente del miedo que advertía en don Felipe.

—¿Qué hemos de hacer? Hace tres noches que no duermo, señor Victorica, y, en los momentos que concilio el sueño, suspiro mucho, según me dice Pacualita.

—Estará usted enfermo, señor don Felipe.

— De cuerpo no, gracias á Dios, porque yo hogo una vida muy arreglada; pero estoy enfermo del ánimo.

—Ah, del ánimo!

Pues! Estas cosas no son para mí. Es verdad que yo no he hecho mal á nadie.

—No dicen eso los unitarios.

—Es decir, yo no lie mandado fusilar á ninguno. Se que, si son justos, me dejarían vivir en paz. Porque yo lo que quiero, es vivir cristianamente educando á mis hijos, y acabar la obra sobre la Virgen del Rosario que comencé en 1804, y que después mis ocupaciones no me han dejado concluir. Así es que, si Lavalle es juato, no tendrá por qué ensañarse conmigo y...