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porque Dios está muy lejos, y Lavalle está muy cerca.

—Sí, más cerca de lo que debiera estar. Conoce usted el diario de las marchas que ha he cho ya?

—No, señor.

A ver, señor don Cándido, ¿sacó usted copia del diario de marchas?

—Yo está lista, Excelentísimo Señor Gobernador delegado contestó el secretario privado haciendo una profunda reverencia.

—Lóalo usted.

Don Cándido se cehó para atrás en su silla, alzó un papel á la altura de sus ojos, y leyó:

«Mercha del ejército de los traidores inimundos »unitarios desde el dia 11 del corriente.

»Dia 11. Marchó todo el ejército hacia los »Arrecifes, y llegamos á la estancia de Dávila i >las tres y media de la tarde, donde acampamos y »carneó el ejército.

»Día 12. A les ocho y cuarto de la mañana »empezamos á marcher, y acampamos á las doce »y cuarto de la misma en la estancia de Sosa. A »las cuatro de la tarde, hora en que se acabó de »carnear y comer, marchamos hasta las ocho de »la noche que acampamos. Este día y los anterio>res se presentaron cerca de ciento cincuenta per»sonas de aquellos lugares para unirse voluntaria»mente al ejército.

»Día 18.—A las nueve y zzedia de la mañana »narchamos y acampamos en la estancia de Pé*rez Millia, donde carreó el ejército. Este día sc >unto Sotelo al ejército con ciento cuarenta veci»nos de Arrecifes, que venian á servir en el mismo.