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y esto último atravesó el patio y llegó al gabinete del Gobernador delegado, mientras el cura de la Piedad, que tenía eus motivos para no querer hablar con Araxa delante de Victorica, entró en el salón á hacer sus cumplimientos federales á la señora doña Pascuala Arana, señora sencilla y buena, que no entendía uns palabra de las cosas públicas y que era federal porque su marido lo cra.

Qué novedades hay, soñor Victorica? —proguntó Arana al Jefe de Policía después de haberse ambos cambiado los cumplimientos de estilo, y de haber hecho señas á don Cándido para que continuase escribiendo; pues nuestro amigo había dejado la pluma y la silla y se deshacía en cortesías á Victorica.

—Ninguna en la ciudad, señor den Felipe—coxtestó Victorica sacando y armando un cigarrillo do papel, cuidándose pceo de los respotos debidos al Excelentísimo Señor Gobernador delegado.

—Y¿qué le parece á usted de Lavalle?

—¿A mí?

—¡Pues! Qué la parece & usted cómo viene para adelante?

—Lo extraño sería que fuese para atrás, señor don Felipe.

—Pero ¿Do ve á ese hombre de Dios que va d conmover todo el país?

A eso ha venido.

—¿Pero qué mal le hemos hecho? ¿No ha vivido tranquilo en la Banda Oriental sin que jamás hayamos ido á molestarlo? Crec usted que una obra como la suya tenga perdón de Dios?

G —No sé, sefior don Felipe: pero en todo caso yo preferirfa que no lo tuviese de los hombres