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A 276 —Lo consultarć.

—Haga el señor Arane lo que quiera.

Lo consultaré en la primera oportunidad.

—Bien, señor—dijo Mandevilla Jovantándose y tomando su sombrero.

Se va usted ya?

—Sí, señor ministro.

Y usted también, señor Bello?

—A pesar mío.

Pero volverá usted á verme?

—A cada momento, siempre que no incommodo al señor Gobernador delegado.

— Incomodarmo! por el contrario, tengo muchas cosas que consultar con usted.

—Siempre estoy pronto y contento de ser honrado de eso modo.

Vaya pues, vayan con Dios!

Y el señor Mandeville y Daniel salieron juntos riéndose y compadeciendo ambos interiormente ú aquel pobre hombre titulado ministro y Gobernador delegado.

—¿Quiere usted que tomemce un vaso de vino en mi casa, señor Bello?—preguntó el ministro inglés al llegar al cocho.

Con mucho gusto—contestó Danicl, y los dos subieron al carruaje, á tiempo que doblaban la calle en dirección á la de Arana, Victorica por una acera, y el cura Gaete por la otra.

T.legado que hubieron aquéllos á la hermosa quinta del ministro británico, la conversación giri de nuevo sobre el documento que acaban de conocer nuestros lectores.

Esa pieza histórica tiene en sí misma el sello de dos verdades inuegables, que más tarde serán tema de largas meditaciones en el historiador de