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»sura, pues llegará el momento en que yo lo puri>fique en el crisol de la libertad patria. Estáis sa»tisfechos, tenéis en mí una completa confianza ?> Los jóvenes se precipitaron á Daniel y un fuerte abrazo fué la respuesta que recibió de cada uno.

En seguida, abrióse la puerta que daba á la sala, luego los postigos á la calle, y diez minutos después, no quedaban de los jóvenes de la reunión sino Daniel y Eduardo.

Ellos volvieron de la sala al cuarto en que había tenido lugar la sesión; y allí, de pie junto á la mesa, con su sombrero puesto, y una capa color pasa sobre sus hombros, Daniel y Eduardo encontraron á un personaje que durante la escena anterior lo había oído todo desde el cuarto contiguo al de la reunión, y cuya puerta había estado intencionadamente entreabierta.

—Y bien, señor?

Y bien, Daniel?

Está usted satisfecho?

—No.

Eduardo se sonrió y se puso á pasear.

— Pero, qué opinión ha formado usted, señor?

—proguntó Daniel al nuevo personaje.

—Que todos han salido conmovidos por esa virtud santa del entusiasmo patrio; que todos serían capaces en este momento del más heroico y grande sacrificio; pero que antes del 15 de junio, ya no estarán la mitad de ellos en Buenos Aires, y la otra mitad so habrán olvidado de la asociación.

—Pero, entonces, ¿qué hacer, scñor, qué hacer?

—exelamó Daniel, dando un fuerte golpe de puño sobre la mesa, olvidando por un momento el respeto con que parecía tratár á ese personaje, en cuya i