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que se llamaba el ambigú federal, cuya mesa se colocaba, ora en la sacristía, á veces en algún corredor, bajo algún elaustro, y alguna vez también en la casa del juez de paz de la parroquia.

El primer asiento estaba reservado á Manuela, y como si esta pobre criatura fuese el conductor eléctrico que debiera llevar á su padre los pensamientos de cuantos allí había, cada uno empleaba todo el poder de la oratoria especial de la época, para mostrarse á los ojos de la hija fuerte y potente defensor del padre.

La oratoria de la época tenía su vigor, su brillo, su sello federal, en la abundancia de los adjetivos más extravagantes, más cínicos, más bárbaros.

El enemigo, debís ser inmundo, sucio, asqueroso, chancho, mulato, vendido, asesino, traidor, salvaje. Y el héroe de la federación, en boce de los aseados federales, para quienes el oro francés era inmundo, pero el oro argentino muy limpio y muy pulido, para dejar de robárselo a manos llenas, era ilustre, grande, héroe; como ilustres,, grandes y héroes eran todos ellos en la prostitución y el vicio que all representaban.

En pós de la borrachera federal venía la danza federal. Y la joven inocente y casta, llevada allí por el miedo ó la degradación de su padre; ia esposa honrada, conducide, muchas veces á csas orgia pestiferas con las lágrimas en los ojos, tenían luego que rozarse, que tocarse, que abrazarse en la danza, con lo más degradado y criminal de la Mazorca.

Estas escenas fueron interrumpidas momentáneamente por la revolución del Sur, en octubre del mismo año 1839, pero continuadas tan pronto como fué sofocado aquel heroico movimiento. Y