Página:Amalia - Tomo II (1909).pdf/256

Esta página no ha sido corregida
— 252 —

describiendo; es decir, aquéllos en que el general Lavalle marchaba aproximándose á la ciudad.

La Mazorca no hacía uso de sus armas, como hemos dicho.

Los jefes de día, en el curso de sus paseos nocturnos, solfan llamar á alguna que otra puerta anatomatizada desde mucho tiempo, y preguntaban con el mayor esmero si algo se ofrecía. si había alguna novedad, ó ascuraban que no liabis nada que temer, etc.

El gobernador delegado mandaba indirectamente ciertos avisos á ciertas casas sobre seguridades, sobre garantías no conocidas cunca.

En los cuarteles, los acérrimos entusiastas en el tiempo de las «parroquiales» se demostraban inútuamente, con una lógica concluyente, lo terrible que era no poder vivir en paz y tener que pelear con sus hermanos... ¡Ah, Lavalle, Lavalle, por qué no mendastcis un escuadrón á gritar: Vive la patrial en la plaza de la Victoria !

Pero sigamos.

Te otro lado, las familias de los enemigos del tirano, es decir, las cuatro quintas partes de la sociedad culta y moral, esperaban y temblaban, querían reir, y sentían el corazón oprimido; Lavalle se acercaba, pero cada una de ellas tenía un hijo, y una bala enemiga podría abrinse paso por su pecho; Lavalle se acercaba, el puñal de la Mazorca estaba más cerca de ellas que la espada de sus amigos.

Encerradas en sus aposontos, las jóvenes tejían coronas, bordaban cintas, buscaban en el fondo de sus gavetas algún traje celeste, escondido por muchos años, para recibirá los libertadores; y las madres querían esconder dentro de sí mismas á