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En el exterior, por parte de la Francia sólo había la novedad en el nombramiento del vice almirante Baudin para el comando de una expedición militar al Plata, que parecía haberse resuelto con el fin de poner término á los asuntos pendientes.

Y por parte del Estado Oriental, el general Rivera, entretenido en bailar y dar convites en su cuartel general en San José del Uruguay, divertido con versos del comandante Pacheco, contribuía con brindis á la cruzada argentina; bebiendo «Por »que la República Argentina, anonadando al ti»rano que la ensangrienta, siga nuestro ejemplo, »y comprenda que la única base de la felicidad de »los pueblos es la que se funda en leyes justas y »análogas á sus necesidades;» y en la de tener gobiernos morales, previsores y activos, le faltó decir al presidente Rivera.

En cuanto al pueblo de Buenos Aires, tenía una fisonoria especial en ese momento la fisonomía especial de la angustia, la fisonomía de la ansicdad. Cada minuto pesaba horriblemente sobre e espíritu.

Lavalle marchaba sobre la ciudad.

Rosas delegaba el gobierno en don Felipe Arana, y salia á esperar á Lavalle, ó más bien, hufa de la ciudad á su campamento de Santos Lugares, distante dos leguas.

El botellón de Maza, el de Revelo, el número 1 de caballería, los dos escuadrones de abastecedores, el escuadrón—escolta, y algunas divisiones que anteriormente se encontraban allí, componían, en número de 5,000 hombres, el ejército de Rosas en Santos Lugares, especie de inmenso reducto zanjeado y artillado por todas partes.

La ciudad estaba guarrlada de otro modo.