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][ Apenas allá en el horizonte del gran río se veía una ligorisima claridad sobre las olas, como una love sonrisa de la esperanza entre la densa noche del infortunio. La mañana venía.

Todo, menos el hombre, iba á armonizarse allí con ese lazo etéreo entre la Naturaleza y su Creador, que se llama la luz. Los arrogantes potros de nuestra Pampa sacudirían en aquel momento su altanera cabeza, haciendo estremecer la soledad con su relincho salvaje. Nuestro indomable toro correria, arqueando su potente cuello, á apagar su sed, nunca saciada, en las aguas casi heladas de nuestros arroyos. Nuctros pájaros meridionales, menos brillantes que los del trópico, pero más poderosos unos y más tiernos otros, saltarían desde el nido á la copa de nuestros viejos ombies, ó de nuestros erizados espinillos, á saludar los albores primitivos del día y nuestras humildes margaritas, perdidas entre el trébol y catre la alfalfe esmaltada con las gotas nevosas de la noche, empozarian & abrir sus blancas, punzóes y amarillas bojas, para tener el gusto, como la virtud, de contemplarse á sí mismas á la luz del cielo, porque la luz de la tierra no alcanza ni á las unas ni á la otra. Toda la naturaleza, si, menos el hornbre. Porque llegado era el momento en que la luz del sol no servía en la infeliz Buenos Aires sino para hacer más visible la lóbrega y terrible noche de su vida, bajo cuyas sombras se revolvían en caos las esperanzas y el desengaño, la virtud y el crimen, el sufrimiento y la desesperación [...